Era una ciudad Señorial
devota de San José y Santa Gertrudis,
de clase media, del carriel, el machete, poncho, sombrero y ruana;
amante de la mula, el caballo y el perro, del parque,
el café, la empanada y la rica morcilla;
del jardín y el zaguán, del gran deseo de caminar y la parrilla;
gente orgullosa de su estirpe, piel clara dorada por el sol en las mañanas,
de mujeres
impecables entregadas a sus quehaceres, con el deseo ardiente de ser deseadas, de ser amadas y valoradas, de ser acariciada, de ser !profanadas!
Una ciudad de
grandes principios, de largos
silencios,
ocultando sus defectos y humanos deseos;
de tradiciones por
todos deseables,
pregonera del don del
industrioso trabajo y la fervorosa devoción.
De hogares casi
perfectos, pero no tan perfectos,
viviendo como clase
media alta,
aunque las
inundaciones de la Ayurá, otra cosa le recordaran;
¡la ciudad
tradicional tan alejada de su propia realidad!
Era una
ciudad que quería
ser la más bonita,
la más exquisita,
la más cultural, por
ser la cuna de su Manuel Uribe Ángel,
apegada a la fervorosa
tradición de angelical Madre.
Una ciudad rindiendo un culto de amor a su Matrona,
a la casa finca; tan distante a la
familia, a la vecina,
que el muro entre los cuerpos, lo marcaba la milla,
aunque estuvieran juntos, dentro del vientre de la fruta,
como semillas.
El miedo a la
censura, a descubrir la esencia humana,
socavaba su coraza de caracol, de tortuga,
haciéndoles cada
momento más vulnerables;
pronto la Torre
de Babel al suelo se desplomaba como naipes.
Algunos de sus
memorables hijos se atrevieron a gritar y a protestar,
exigiendo amor,
reclamando libertad, una Débora Arango, un Fernando González,
sin embargo, sólo en bibliotecas y museos
quedaron ahogadas
sus gritos, tras el cristal de la tragicomedia.
Pero en esa
ciudad señorial y escorial, de Matrona,
que
ocultaba su soledad, sólo un Pablo
Escobar,
desde las tumbas, a su jóvenes
enajenados
les hizo gritar, arrancándoles su propia verdad.
Nada es lo que
aparenta, nada es tan bonito,
tan
perfecto, cuando se ha sacrificado el
amor,
la solidaridad
familiar, por la comodidad personal;
cuando cada uno
se ha vuelto isla, en la ciudad Señorial,
insensibles al
dolor de los demás, como montaña de sal.
Auténtica lección para la humanidad, para quien la quiera escuchar:
Solo hace fuerte a una Sociedad, una educación que alimente, fomente y viva,
los valores del amor, la equidad y el apoyo familiar;
el servicio incondicional a los demás;
esta es la triple vacuna, contra la guerra, la corrupción y la pobreza;
política que debe cuidadosamente aplicar, quien desee lograr el progreso de su Comunidad, asegurando de esta forma, el desarrollo y la salud mental de su Colectividad.