martes, 30 de diciembre de 2014

Era tan solo una montaña de sal

Era una ciudad Señorial
devota de  San José y Santa Gertrudis,  
de clase media,  del carriel, el machete, poncho, sombrero y ruana;
 amante de la mula,  el caballo y el perro, del parque, 
el café, la empanada y la rica morcilla; 
del jardín y el zaguán, del gran deseo de caminar y la parrilla;
gente orgullosa de su estirpe,  piel clara dorada por el sol en las mañanas,
  de mujeres impecables entregadas  a sus quehaceres, con el deseo ardiente de ser deseadas, de ser  amadas y valoradas, de ser acariciada,  de ser !profanadas!

Una ciudad de grandes principios, de largos silencios,
 ocultando sus defectos y humanos deseos;
de tradiciones por todos deseables,
pregonera del don del industrioso trabajo y  la fervorosa devoción.

De hogares casi perfectos, pero no tan perfectos,
viviendo como clase media alta,
aunque las inundaciones de la Ayurá,  otra cosa le recordaran;
¡la ciudad tradicional tan alejada de su propia realidad!

 Era una ciudad  que quería
ser la más bonita, la más exquisita,
la más cultural,  por ser la cuna de su  Manuel Uribe Ángel,
apegada a la fervorosa tradición de angelical Madre.

Una ciudad rindiendo un culto de amor a su Matrona,
a la casa finca;  tan distante a la familia,  a la vecina,
que el muro entre los cuerpos,  lo marcaba la milla,
aunque estuvieran juntos,  dentro del  vientre de la fruta,  
como semillas.

El miedo a la censura, a descubrir la esencia humana,
socavaba  su coraza de caracol, de tortuga,
haciéndoles cada momento más vulnerables;
pronto la Torre de Babel al suelo se desplomaba como naipes.

Algunos de sus memorables hijos se atrevieron a gritar y a protestar,
exigiendo amor, reclamando libertad, una Débora Arango, un Fernando González,
sin embargo,  sólo en bibliotecas y museos
quedaron ahogadas sus gritos,  tras el cristal de la tragicomedia.

Pero en esa ciudad señorial y escorial, de Matrona, 
que ocultaba su soledad, sólo un Pablo Escobar,
  desde las tumbas,  a su jóvenes enajenados
 les hizo gritar, arrancándoles su propia verdad.

Nada es lo que aparenta, nada es tan bonito, 
tan perfecto,  cuando se ha sacrificado el amor,
la solidaridad familiar,  por la comodidad personal;  
cuando cada uno se ha vuelto isla,  en la ciudad Señorial,

insensibles al dolor de los demás,  como montaña de sal.

Auténtica lección  para la humanidad,  para quien la quiera escuchar:
Solo hace fuerte a una Sociedad, una educación que alimente, fomente  y viva,  
los valores del amor,  la equidad y el  apoyo familiar;  
el servicio incondicional a los demás; 
esta es la triple vacuna,  contra la guerra, la corrupción y la pobreza; 
política que debe cuidadosamente aplicar, quien desee lograr el progreso de su Comunidad, asegurando de esta forma, el desarrollo y la salud mental de su Colectividad.