Iba lentamente
por la calle
del barrio,
de la ciudad,
había abandonado
el rincón oscuro de su
frio hogar,
donde
se había soldado.
Caminaba, lentamente,
sin ganas de nada,
sin ganas
de luz y menos oscuridad,
apenas era algo que iba,
porque aún existía,
de su cuerpo ya los cristales
marchitos
no buscaban salida.
Era tan profundo
lo que sentía,
que parecía arrancar,
los tendones de manos
y pies, de cada músculo
y hueso a la vez,
para luego anidarse
en la profunda entraña
a fuego lento,
de trasnochada agonía.
Las calles, su gente,
eran retratos desteñidos,
lavados por la lluvia,
eran laberintos sin salida,
la luz, el sol eran manchas
sin color,
los colores dormitaban
en algún profundo
socavón.
"Ayar" era vida
sin sabor,
sin olor,
calvario no buscado
del que quería escaparse
con
todo el exiguo deseo
que le restaba,
con la poca devoción
que acompaña
la última ilusión,
era el deseo
era el pensamiento
que punzaba
como volcán en llamas
…ya no apetecía nada,
a b s o l u t a m e n t e. . .
n a d a.
Llenura flatulenta,
de
esa infinita
y eterna tristeza y soledad,
que con frenesí y sublime devoción,
impacientemente todo el
tiempo,
al Hades llamaba.
¿Para qué seguir, si el cansancio era
el aquí y el ahora,
de lo que estaba por venir,
incluyendo lo que estaba por decir?
Se balanceaba
sobre su tembloroso eje,
esperando que el reloj
de Cronos o Helios
se pusieran
para
siempre a dormir,
pero era inútil,
al día siguiente…
otro,
otro.
Otro….
y otro momento,
sin que su fuerza,
deseo y voluntad,
le ayudarán a ponerle
al
último momento,
no un color rosado,
sino
uno azulado,
que
dijera,
este
cuento
se ha acabado,
por fin…
para siempre…
sus
ojos
se han cerrado,
por fin…
el
dulce
y eterno
sueño,
con su suave capa,
le
han cobijado.