Oscuridad, mucha oscuridad
habitó la gran ciudad,
dolor mucho dolor
se paseó, tranquilo
por cada rincón
en medio de la tempestad.
Cada esquina,
cada cuadra,
cada barrio,
cada heredad,
cada barrio,
cada heredad,
se tragó el
recuerdo púrpura,
caliente, muy caliente
de las frágiles flores,
que dejaron caer sus pétalos
antes de marcharse
de su amado Valle Aná.
La morgue se negó a recibir
una más,
San Pedro, el Universal,
y San Lorenzo de Aburrá,
no tuvieron fosa común
para dejarles
en su eterno sueño
reposar.
No había un lugar para ellos
en su huérfana
ciudad.
en su eterno sueño
reposar.
No había un lugar para ellos
en su huérfana
ciudad.
Y de repente...
todo se llenó
de luz, color,
y mucha felicidad,
les había sorprendido
la gigante llama
la gigante llama
de la Navidad.
La lluvia de metal
que traspasó el cristal,
dejó que desfilara
la intermitente lluvia
de la esperanza
para aquellas almas
que sigilosamente
que sigilosamente
aguardaban
que floreciera
la barita de San José
en su amado Valle de Aná.