Hogar de infancia, aunque
te cambies de casa, nunca lo podrás olvidar; porque allí quedaron guardados tus dientes de
leche, tu inocencia, tus primeros sueños y aventuras, tus juegos de calle, tus
primeros bailes y canciones, los
castigos y reconciliaciones con mamá y papá, los lazos entre hermanos que ya han partido, junto con
abuelos, tíos y primos, tus primeras letras, tus
primeros éxitos y fracasos, tus primeros amores de escuela.
Allí quedaron las brechas,
donde se construyó con arena, tu castillo con hadas madrinas, con brujas
encantadas, fantasmas y piratas; por
ello, cuando pierdas la calma, cuando sientas miedo, retorna a tu casa de infancia, ya no será
igual, pero en ella recordarás, cuánto has crecido, las vueltas que has tenido
que dar en tu largo camino; y con tu
corazón palpitante, en medio de tu fragilidad, recordarás, que aún sigues vivo para darle un viraje a tu
destino.
Dulce nido
Llegar
después de un largo viajar,
perdido
en otros destinos,
dejar
que tu cuerpo
repose
bajo la ducha,
sintiendo
que has recuperado
tu lecho
y tu vuelo.
Sentarte
plácidamente en
tu
circonia losa a
ciscar
y avenar
hasta
sentir
la
suave sensación
del descanso,
mientras
que tu cuerpo
se va
normalizando.
Comer
lo manjares de casa,
recorrer
cada
espacio de tu morada,
disfrutar
de tus jardines y mascotas,
sentir
los dulces aromas de hogar,
dejarte
amar y mimar
de los
que tanto anhelaste
besar y acariciar al regresa.
Andar
por tu vecindario,
sintiendo
el calor de tu familia,
vecinos
y hogar,
decirles
cuanta falta te hicieron,
contarles
de las penurias y sufrimientos
que
pasaste lejos de casa.
Y en la
noche,
antes
de cubrirte
con tus mantas y dormir
hasta
el cansancio,
repetirte
mientras acaricias
las manos amadas:
¡Hogar Dulce Hogar!
¿por qué esperé tanto
para regresar a mi Hogar?