Fronteras invisibles perduran en Bello
Son las doce de la noche, una noche fría y un poco abrumadora, el teléfono repica de una manera intensa de esas que retumba en la cabeza, contesto y la asesora de la aseguradora me pregunta si podemos hacer un servicio de grúa, nos dice que hay un taxi varado detrás de la cárcel de Bellavista en Bello; este es un municipio cercano a Medellín Colombia, el cual tiene un panorama social digamos… bastante crudo en algunos sectores. Pues en aquellos tiempos trabajábamos para las aseguradoras que aunque pagaban muy poco por los servicios de grúa a sus proveedores, la realidad era que había que trabajar ya que el banco no daba tregua y fue así que después de unos segundos asentimos y le dijimos que si a la asesora y emprendimos el viaje en la grúa, mi esposo como conductor y yo como su ayudante, algo poco usual.
En el trayecto expresamos nuestros temores por la hora y el
lugar tan peligroso para dónde íbamos, pero continuamos, las calles para bien o
para mal se veían muy solitarias, de nuevo el teléfono repicó y era la
operadora para ponernos en conferencia con el cliente, él nos dijo que si nos
demorábamos mucho, pero yo le dije que en unos minutos llegábamos al lugar.
Llegamos al lugar en un sector denominado La Gabriela detrás
de la cárcel, como les dije anteriormente, y allí
dentro del taxi un joven de aproximadamente veinte años, la misma edad
que en aquel tiempo tenía mi único hijo, de inmediato noté en su rostro el
reflejo producido por la angustia y el
miedo juntos en su máxima expresión, Él se baja de inmediato con movimientos
que denotaban un nerviosismo absoluto y nos dijo con voz temblorosa que
hace veinte minutos “los muchachos" le
habían dicho que quitará ese carro de ahí que estaba en una frontera invisible y que si
no lo quitaba lo “pelaban” expresión de la jerga urbana sinónimo de quitar la
vida de manera violenta, y que el carro no le encendía y estando pendiente
no era capaz solo de empujarlo. Fue así que entendí el temor de aquel joven,
porque lastimosamente en estos barrios existen unas fronteras imaginarias donde
grupos que operan al margen de la ley gobiernan y la policía no tiene control
de estos, y al que no acepte sus preceptos lo matan o como ellos dicen lo “pelan”.
Nos miramos, lo miramos y a pesar de que también sentimos
temor de que esos delincuentes volvieran a pasar vimos en aquel muchacho a nuestro hijo de alguna manera, quizás a
nuestro hermano, a nuestro primo o vecino, nos armamos de valor y decidimos con
velocidad y agilidad casi frenética por los nervios bajar el equipo de la grúa, asumiendo todo con el único y firme propósito de sacar aquel joven en el menor
tiempo posible de allí, gracias a Dios y al trabajo en equipo, logramos subir y
asegurar el carro en cinco minutos (en promedio y en condiciones normales esta
labor puede tardar mucho más de 20 minutos) y luego nos fuimos de aquel lugar y lo llevamos
a una urbanización en Itagüí donde el residía. No sin antes comentarnos que apenas llevaba dos días
trabajando ese taxi y que en ese momento que lo amenazaron pensó que iba a
morir, y que lo único que le pasó por su mente fue pedir ayuda a Dios y cuando nosotros llegamos sintió como si
fuéramos unos ángeles enviados por Él, además de que ninguna grúa estaba disponible por la hora
y el lugar tan peligroso donde se varó, la paradoja de las oportunidades donde la necesidad de unos se convierte en la
salvación de otros.
Al final saber esto nos reconfortó mucho pues haberle ayudado,
hace entender que las pequeñas acciones generan los más grandes resultados y
evitamos que le ocurriera algo malo a
aquel jovencito y eso fue lo más importante, quizás el mayor de los pagos… el
deber cumplido, pues si no vives para servir no sirves para vivir… algo muy
olvidado por esta sociedad moderna.
Tristemente vivimos en Colombia un país con ciudades que tienen unos barrios donde la ley
la tienen los grupos ilegales que siembran a su paso solo terror y muerte.
Un Medellín estigmatizado por Pablo Escobar, un Medellín
claroscuro con sus luces y sus sombras
que trata de reflejar ante el mundo que
Medellín ha cambiado, que sólo es flores,
emprendimiento, innovación, que es la tacita de plata, pero todo esto contrasta con una realidad muy oscura que pocos muestran, pero que en el corazón de los
antioqueños todos sabemos.
Medellín y muchas ciudades de Colombia también son hambre, pobreza, prostitución,
violencia, drogas y falta de
oportunidades, donde hay corrupción en sus gobernantes, donde los jóvenes de las
comunas pobres muchos de ellos consumidores de drogas psicoactivas solo anhelan
tener ropa de marca, un arma, una motocicleta de alto cilindraje y tener el
dinero para conseguir todo aquello, no importando si para ello se tengan que
unir a grupos ilegales ya sea de forma voluntaria o bajo amenazas a ellos y a sus familias.
A diario matan líderes
sociales que su único fin es el de ayudar a salir a todas estas personas del atolladero en el que
encuentran, razón por la cual los asesinan o los desaparecen.
Quisiera que algún día todo esto cambiara pero va a ser muy
complicado, empezando que la televisión nos bombardea a diario con series de narcos donde nuestras futuras
generaciones se están creando en su imaginario falsas ideas de mundos donde la
droga atrae riqueza, poder y destrucción, de alguna manera la sobrepoblación nos lleva a un hacinamiento
que no justifica la delincuencia pero si la alimenta.
Si las cosas siguen
así estaremos una y otra vez condenados
a repetir la misma historia, tal cual como ratas en el universo 25, porque
aunque los paisas nos ufanamos de pujantes, trabajadores y verracos, estas
condiciones degradan cada vez más nuestra agonizante sociedad.
Por favor tengamos siempre presente que las pequeñas acciones generan grandes
resultados, acompañemos más a nuestros hijos, tratemos de ser mejores personas.
Que en conjunto hagamos que
este claroscuro Medellín lo enciendan las luces de la esperanza, transformación y justicia social.
Autor
Silvia María Acosta Ruiz
Seudónimo
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