La
hierba estaba fresca,
la
nieve que había vestido el manto
bucólico
nocturno
se
escapaba con el sol de la mañana.
Alzaban
vuelo con los búhos,
los
cien pies, los alacranes y las ranas.
Y… la
mañana
se
vestía de seda.
El
astro rey bailaba,
cantaba
alegre,
jugando
presuroso
con
los traviesos y asustadizos
copos
inmaculados que se derretían
risueños
cuando les acariciaba.
Esplendoroso,
sublime,
lucia
aquel primero de mayo
con
palomas blancas, negras
grisáceas,
pardas, saraviadas,
amarillas,
girasoles
danzándole al cielo.
Pardas
rojizas,
negras
como el ébano mismo,
orneadas
en dorado, en bronce y cobre,
embrujando con sus destellos plateados;
bañadas
en marfil, púrpura escarlata,
verdes
como el heno fresco,
azules,
perdiéndose en el dulce,
delicada tentación para moldear
cuando se derrite la esperma,
azul profundo
perfumado cielo.
Descansaban,
y de nuevo
alzaban
vuelo
desde
el escarpado terreno,
divisando
palomares ajenos
de
hierro en el hielo,
en el
valle, en la rivera,
de
hormigón hechos
suntuosa mansión.
Sus
ojos desde los aires,
tristemente divisaban
la
arena de una, de dos,
de
miles de playas y mares.
¡Tanta
tierra,
y sin
un rinconcito para ellas,
arar,
y ver germinar,
donde
sus noches y días
poder
descansar!
Sus
alas presurosas, explanaban
campos
que empezaban a humedecerse
con
el baño angelical.
Sus
voces en concierto ni la fresca brisa les hacia callar.
¿Cuántas
maravillas habían hecho en su ciudad,
y la
mayoría no tenía
donde
sus frías noches abrigar?
¿De
qué les valía tanto trabajar, y trabajar,
si no
tenían
un
palomar donde sus críos arrullar,
y
menos aún, alimentar,
ni
siquiera en las frías noches
de
navidad?
¿A
dónde el dinero de su duro
trabajo
habría ido a parar?
Con
estómagos vacios,
las
palomas
de
todos los colores
se
habían cansado
de
implorar,
un
suelo repleto de granos
para
sus vientres alimentar,
un
techo para sus críos
abrigar.
Juntas…
en manada,
de
tano volar y volar,
de
tanto para ellas,
trabajar
y trabajar,
de
tanto los cielos y las tierras
con
sus alas abiertas,
bajo
lluvias
y
soles, arar y arar,
hicieron
el milagro…
Vieron
semillas de libertad
germinar
en su suelo.
Pronto
sus palomares
les
vieron felices
sus
críos arrullar
y
alimentar.
Hoy
el azuloso
océano
celestial,
donde
habitan
los
dioses de todas
las
estirpes y credos,
sonríen
contemplando
las
palomas de todos los colores
sin
hilos enredados en sus patas,
explanar
su tierra
sin
yugo, ni dueño,
hecha
solo para el que
la
quiera arar y hacer germinar;
para
el que quiera,
las promesas
que
trae el nuevo día,
hacer
realidad.
No hay comentarios:
Los comentarios nuevos no están permitidos.