Los errores en
una sociedad culturalmente castigadora como la nuestra, se pagan con rabia,
dolor, desesperación, desesperanza, culpa, angustia, duelo, soledad,
inseguridad, impotencia, vergüenza, miedo, fobia, trauma, pena, tristeza,
burla, aislamiento, dinero, multas, cárcel, fracaso, internamiento en hospital
general o mental, repetir largos y extenuantes procesos o jornadas de trabajo.
Esta sociedad en
tiempo de crisis, no mira los errores como lo que verdaderamente representan,
una oportunidad para hacerte grande, fuerte, sabio, un peldaño más, para lograr
el éxito y la felicidad. Cuántos se han suicidado frente a un erro o fracaso
monetario, profesional, familiar, personal o amoroso.
Saber
recapacitar a tiempo es la regla de juego; volver a empezar después del
fracaso, después de que la suerte y todos te han abandonado, sin importar
cuánto se ha perdido, es la regla de oro, porque la vida es perder y ganar,
desde que fuimos engendrados, hasta que se aproxime el minuto final.
Lo que haces y
has hecho, nunca se pierde, se constituye en legado para la humanidad, en sumar
experiencia a tu patrimonio cultural. Cada derrota te hace grande, con los
errores es que más se aprendes, no es la meta, el triunfo; es sortear el largo
proceso para llegar a éste, sin desfallecer, insistiendo, persistiendo,
levantándote las veces que sean necesarias, sin refugiarte en la soledad, y
exilio de una eterna cuarentena depresiva, enfermedad del siglo, no de las
luces, como el siglo XVIII, sino del confinamiento, con la invasión de los
modernos mundos digitales y virtuales, esas son las que constituyen el
verdadero éxito.
¿Quién ha dicho
que las hormigas y abejas son las únicas que son organizadas, y en su
logística, establecen status para trabajar?, ¿qué son las únicas que tienen el
matriarcado de las reinas y que así sin modernizarse, sin depredar a las demás
especies, han sobrevivido inclusive, a los rigores del cambio climático?
Justificas las
pérdidas de la salud física, te haces costosos tratamientos, eres rigoroso con
los medicamentos, con las dietas, pero desatiendes las verdaderas causas de la
enfermedad, de tu somatización; el miedo a la derrota, al rechazo social, a
quedarte solo, el temor a equivocarte, la culpa, el odio y rechazo que generas
cuando pierdes, cuando sientes que has fracasado; para ello sí que no haces
tratamientos, para ello no hay lugar a ponerlo en la palabra, de hablarlo, de
desahogarlo con alguien profesional (terapeuta) o de confianza; cuánto te
engañas, porque esa es precisamente, la forma efectiva en que la salud puedes
recuperar, sin manejar químicos, que traen su efecto colateral y dependencia.
Hablar
es la mejor medicina para dejar el miedo, la culpa, el aislamiento, fracaso y
soledad. El hombre es palabra, cuando se le priva de ella, se cosifica, se
desnaturaliza, se echa a perder, como la cosecha después del granizo. La
humanidad rinde culto a los grandes que escalaron peldaños, empezando de la
nada, detesta a los que se han quedado llorando sus penas y fracasos, porque
les pueden enfermar con su nimiedad.
Si
una vez probaste que fuiste fuerte en la primera selección natural primogénita,
sigue haciéndolo, porque el éxito, y la salud, no se encuentran envasados en
ningún producto, químico o natural, en un libro sagrado, o proscrito, menos en
fórmulas mágicas, ni en los demás, tu familia, vecinos, paisanos, la gente en
general; está dentro de ti, en el infinito arsenal que posees de creatividad,
de poderte adaptar a los medios más inclementes, al aquí y al ahora, sin
importar lo que venga de fuera, que es lo que más enferma y daña, con su ardid,
egoísmo y competencia, constituyéndose en tu auténtico reto para hacerte
grande.
Eres
el único conductor de tu vida, empieza ahora, y verás cuán lejos puedes llegar.
No en vano Sócrates resumió su denso discurso, el cual nunca escribió, en la
frase, “Conócete a ti mismo”, y sólo me puedo conocer a través del Otro.