martes, 7 de febrero de 2012

Medellín

¿Qué le pasaría al mundo si no existiera Medellín, sí, ese mismo,  que un día se le llamó “Medallo”  y en otras, “Metrallo”; ese mismo que se divisa desde lo alto de sus cordilleras, como el Edén de las musas griegas;  o como un tren  descarrilado,  que  en la mañana ha dejado su carga desplazada, en forma desordenada,  en  el lomo de sus montañas?

Pues sencillamente se quedaría sin conocer  la grandeza del infinito, y la fuerza creadora de una raza,  que con su verraquera,  construyó sus sueños de eternas primaveras en sus laderas.

No basta con mirar una postal,  de uno de sus  floridos Guayacanes amarillos;  recuerda que si pisas las delicias de estas tierras;  corres el peligro de quedarte a descansar,  y hacerlas por siempre y para siempre tu cálido hogar.


MEDELLÍN

Medellín lucerito
escondido tras las montañas,
manojitos  de perfumadas flores
de todos los colores,
para regalarle
a todos los que por este
fértil valle pasan.

Paraíso,  donde el sol,
ha construido su hogar,
tierra prodiga a la
que le madrugan sus gentes,
como hormiguitas a trabajar.

Capricho español,
rebeldía del mulato y del negro,
cuna que con hilos rojos
ha bordado
el cesto de fique y algodón,
adornándolo con el diamantino tricolor.

Manantial cristalino,
donde han calmado su sed,
el arriero,  que a lomó de mula,
le vio crecer,
el silletero que cargó sus flores,
antes de aprender a leer
o de correrle a la “Llorona”,
al Mohán, al Cura sin Cabeza
o a la “Patasola”.

Ciudad que no se cansa de crecer,
de enamorarse de la vida en cada atardecer.

Destello divino que iluminas al que a estas
tierras pisa,
dejándole el imborrable recuerdo
del paraíso tropical.

Tierra de matronas que con celo,
a diario ofrecen  alimento,
al que acaba de llegar,
esas que con celo, atizan
la hoguera de su hogar.

Cómo olvidar el chicharrón,
los frijoles, su tacita de  chocolate o café,
las arepas, acompañadas,
de un tamal, empanada o rico manjar,
de esos que sí saben a  hogar.

Ciudad a la que la violencia
le hizo callar,
y con verraquera y pujanza,
armada de bravura,
se volvió a parar.

Desde Santo Domingo,
Castilla, Manrique,  el Poblado
Aranjuez,  Populares,
Belén hasta Envigado,
Moravia, Laureles y todos
los lugares,
con su Corazón de Jesús,
y su María Auxiliadora,
a la vida se aferran
como las abejas a su colmena.

Medellín, Medellín,
Sí, esa Medellín de flores y amores,
escondiendo su orgullo paisa en el alma,
porque han dejado
por allí perdidos,
 no sé en qué rincón,
el carriel, el poncho,
el sombrero, la ruana
y hasta su enjalma.

Medellín lucecitas,
que iluminan en la noche,
sus montañas
cuajando sus sueños,
haciendo de estas tierras,
el más sublime hogar,
donde vale las pena despertar,
para poder a  la vida abrazar
y en un grito de alabanza,
antes de irse a dormir el sol,
al creador de tan celestial belleza,
 ¡poderle  ofrendar!