Jardines que evocan llanto
escapados de una adolescencia
entre guaduas, saltando las piedras
de una quebrada.
Añorando amores de cuentos
de hadas que redimieran dolores
atrapados entre montañas.
Juncos abrazados de esplendorosos árboles
dejando caer sus frutos
papayos, mandarinos, chachafrutos
guanábanos, zapotes,
ciruelos, naranjos, tomates de árbol,
todos juntos, erigiendo sus copos a los cielos.
Guaduales tapizando la tierra,
y arriba de rama en trama,
el coro de los pájaros del atardecer,
saltando a sus nido,
llevando la última ración a sus críos,
antes del oscuro atardecer.
Y el festín de la noche
con un millón de estrellas
danzándole a la luna
que dibujaba mi sombra,
antes de ser cobijada
por las nubes,
o sorprendida por el sol
de otro hermoso amanecer.
Jazmines perfumando
y embriagando el cielo todo,
la brisa agitando mis cabellos,
la noche apresurando
las últimas brazas,
dejando escapar el humo
con un dulce olor a café.
Ya las vacas braman
reclamando su ternero,
los perros ladran al visitante,
¡ha llegado el nuevo día!
Y ese enciende en casa
el nuevo amanecer,
gritos, trajines, el agua del aljibe
sorprende con los lotos florecidos,
aún no es tiempo de llorar.
Sigue en tu recuerdo,
y olvida que hubo luto,
que el nido ya es viejo,
que sus pajas se las llevo el viento
que las flores solo quedaron
en el recuerdo
de un hermoso
y adolescente amanecer.