sábado, 7 de noviembre de 2015

Una ciudad para ser pensada



Las cosas sencillas que hace la gente, son las que le otorgan sentido a su existencia.  Cada día, las ciudades se colman de personas;  todas ellas se disponen a realizar un arte u oficio,  con el fin,  de obtener un sustento;   algunas lo realizan motivadas por placer;  la mayoría como un deber,  que en poco o en nada,  enaltece y causa deleite personal, restituyendo sus esfuerzos  para el día de mañana. 

Innegablemente, son esas cosas usuales, triviales o vitales que realizan las personas en su diario devenir, las que les dan sentido a su existencia y las aferran a esta tierra;   vender correas, cuando en su infancia los castigos y correcciones paternas,  eran fuetazos,  precisamente con correas de cuero; vender yucas,  cuando en la casa paterna en la infancia,  las yucas,  no se podían consumir en el hogar, porque las destinaban a la venta,  para cubrir las necesidades básicas de éste;  ser herrero en la antigüedad,  cuando en la casa donde transcurrió su infancia, nunca se tuvo un caballo, ser artista, cantante, actor,  pintor, escultor, bailarín, cuando la familia esperaba un médico, abogado o ingeniero.

Quizás nuestra opción vocacional,  sea la que más diga sobre nuestros deseos inconscientes no resueltos, sobre nuestros miedos no superados o sublimaciones de lo que se nos prohibió en la infancia,  y prometimos en un futuro lograrlo,  de una forma no reprochable.

Resulta bastante  difícil,  que podamos cuestionar  estas elecciones personales y profesionales,  menos aún, que optemos por una nueva elección, que responda significativamente a nuestros deseos y necesidades; porque como un círculo vicioso,  seguiremos patinando el resto de la vida,  sobre esta primera elección, similar a como se perpetúan las tradiciones familiares y sociales.

Lo anterior se complica aún más, porque en una  sociedad que vive en permanente  crisis económica y social, el privilegio del empleo digno,  está  reservado para pocos;  las personas comunes y corrientes,  apenas si sobreviven de un empleo que muchos desearían tener.

Si los gobiernos invirtieran en ocupar a sus ciudadanos en empleos con salarios equitativos, que satisfagan sus deseos, demandas personales y expectativas;  que se correspondan con su perfil de formación profesional;  probablemente tendríamos ciudadanos más sanos, felices y una comunidad pujante, proactiva y progresista, menos competitiva,  y más solidaria.