Las cosas sencillas que hace la
gente, son las que le otorgan sentido a su existencia. Cada día, las ciudades se colman de
personas; todas ellas se disponen a
realizar un arte u oficio, con el
fin, de obtener un sustento; algunas lo realizan motivadas por
placer; la mayoría como un deber, que en poco o en nada, enaltece y causa deleite personal,
restituyendo sus esfuerzos para el día
de mañana.
Innegablemente, son esas cosas
usuales, triviales o vitales que realizan las personas en su diario devenir,
las que les dan sentido a su existencia y las aferran a esta tierra; vender correas, cuando en su infancia los
castigos y correcciones paternas, eran
fuetazos, precisamente con correas de
cuero; vender yucas, cuando en la casa
paterna en la infancia, las yucas, no se podían consumir en el hogar, porque las
destinaban a la venta, para cubrir las
necesidades básicas de éste; ser herrero
en la antigüedad, cuando en la casa
donde transcurrió su infancia, nunca se tuvo un caballo, ser artista, cantante,
actor, pintor, escultor, bailarín,
cuando la familia esperaba un médico, abogado o ingeniero.
Quizás nuestra opción
vocacional, sea la que más diga sobre
nuestros deseos inconscientes no resueltos, sobre nuestros miedos no superados
o sublimaciones de lo que se nos prohibió en la infancia, y prometimos en un futuro lograrlo, de una forma no reprochable.
Resulta bastante difícil,
que podamos cuestionar estas
elecciones personales y profesionales,
menos aún, que optemos por una nueva elección, que responda
significativamente a nuestros deseos y necesidades; porque como un círculo
vicioso, seguiremos patinando el resto
de la vida, sobre esta primera elección,
similar a como se perpetúan las tradiciones familiares y sociales.
Lo anterior se complica aún más,
porque en una sociedad que vive en
permanente crisis económica y social, el
privilegio del empleo digno, está reservado para pocos; las personas comunes y corrientes, apenas si sobreviven de un empleo que muchos
desearían tener.
Si los gobiernos invirtieran en
ocupar a sus ciudadanos en empleos con salarios equitativos, que satisfagan sus
deseos, demandas personales y expectativas; que se correspondan con su perfil de
formación profesional; probablemente tendríamos ciudadanos más sanos, felices y
una comunidad pujante, proactiva y progresista, menos competitiva, y más solidaria.