Bajo el inmenso cielo
que anunciaba
la fresca lluvia
que la sedienta tierra
empezaba a reclamar,
porque se quería refrescar,
después de las travesuras,
de un niño infernal,
que sin aliento
la habría de dejar.
Las vacas pastaban,
se acariciaban
unas a otras,
se preparaban para
el temporal,
que cubriría
sus desamparados
cuerpos,
en el verde pastizal.
Las flores
refrescaban sus pétalos,
las abejas,
a lugar seguro,
sus frágiles esculturas,
buscaban, inquietas
resguardar.
La voluptuosa
luna hacia presencia
bajo los nubarrones
de la infinita
bóveda celestial.
En pedregosos
caminos,
que se abrían
y volvían a juntar,
bajo la lluvia,
la familia salía
a caminar,
sin percatarse
que les seguía,
su perro guardián.
El sol presuroso se
volvía a asomar,
encendiendo
la bóveda celestial;
a carcajadas
se asomaba por el este
el arco iris en la basta
llanura de san Félix.
Uno, dos, tres.
parapentistas
se deslizaban,
navegando
en la fresca brisa,
buscando en los
Búcaros
de los cerros
Bellanitas,
una esquinita
donde aterrizar,
mientras las vacas,
arriba, muy arriba,
el fresco pasto
empezaban a rumiar.
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