Imagen
y palabra forman un conjunto armonioso con significado totalizante; el grafiti vincula la imagen con la palabra. Resulta difícil sustraerse de inquirir en el mensaje o llamado que nos
quiere trasmitir el grafiti, por la
forma impactante y sintética en que captura nuestra atención, a través de la mirada; dejando una larga recordación que con su
reiterada exposición, tiene un efecto
similar al que deja, la campaña publicitaria para vender un producto.
Es tal su grado de poder, que ha derrumbado monarquías medievales y
dictaduras actuales, poniendo en vilo el poder de los magnates del capitalismo.
El grafiti es el cuaderno donde el pueblo plasma
sus sentires, es su grito desesperado, tratando
de saltar o perforar el ladrillo. Los gobiernos más crueles y tiranos,
especialmente cuando han sido genocidas, vigilan y controlan con sigilo sus muros,
porque temen verse dibujados en ellos, chocando
sus fauces frente a sus cristales.
Si se quiere escudriñar sobre la realidad de
un pueblo oprimido, inexorablemente habrá
de mirarse sus grafitis; si la visita es
diplomática, habrá de sacarse un tiempo prudencial y necesario, con el objeto de desprenderse de aquello que le
conviene mostrarte a tu anfitrión, debiendo sumergirte en la realidad de las barriadas, recorriéndolas,
solo así, podrás escuchar la voz del
pueblo que aclama por sus derechos, evitando ser engañado; el muro es como la
planta, no nos engaña cuando nos presenta su fruto ante nuestros ojos.