Esa tarde partía
sin decir adiós,
con la sola presencia
de su fiel compañero.
Partía sin poder
recoger
lo que tanto
en su efímera vida acumuló.
Sin tiempo
para una reflexión,
aunque hubiese preferido
una corta exhortación.
Tan rápido sucedió,
que no tuvo tiempo
para poder tomar
una última decisión.
Todo el tiempo
que vivió,
se le juntó
con el momento
en que nació.
Y sin que pudiera
acortar los minutos
de su descuidado
reloj,
éste de sus manos,
lenta, pero
suavemente,
se le escapó.