Aún estoy viva,
porque
siento hambre,
porque me lleno de llanto
cuando
el enigma de la belleza o el dolor
empujan las puertas de mi corazón.
Cuando siento que mi mayor presidio
es este cuerpo,
cubierto de trapos y harapos,
cuando la daga fulminante,
del intruso sin permiso,
hurga en las entrañas de mi deseo,
de mis harapos,
aquello que he hecho lejano,
por ser lo único que he podido intentar
proteger en este mundo
artificiosamente vano,
acreditado en las argucias
de la falsedad y el engaño.
Aún estoy viva
porque aún digo no
cuando me apetece,
y me deleito en la soledad.
Porque los niños me enternecen,
los adolescentes me sorprenden,
y en el discurso de los ancianos, encuentro
algo misteriosamente cercano.
Aún estoy viva,
porque he aprendido a digerir el alimento
desde fuera y desde dentro,
porque he aprendido a escoger
mi mejor alimento,
mis pensamientos hechos sentimiento.